El conflicto en Cachemira I – La cinta de Moebius

Inauguramos nuestra sección DOSSIER GEOPOLÍTICO, en donde brindamos una mirada profunda de una situación de coyuntura internacional, que podría afectar a los intereses de nuestros clientes. Para ello, nuestros expertos internacionalistas complementan su análisis con aportes realizados por profesionales de otros campos, en pos de alcanzar una perspectiva completa e integral. Consideramos que cualquier cambio en el tablero geopolítico puede tener efectos de impacto sobre la estabilidad de los Estados, sus economías e intereses estratégicos, además de las consecuencias que generan estas alteraciones sobre las sociedades. Confiamos en que el análisis integral que brindamos será de utilidad para que nuestros clientes tomen decisiones más acertadas y puedan anticiparse a transformaciones cruciales en un mundo cargado de incertidumbres y fenómenos dinámicos.

El hecho

La tarde del reciente 22 de abril, cientos de turistas se encontraban disfrutando en el valle de Baisaran, una zona conocida como la “mini Suiza” en la parte india de Cachemira, cuando un grupo de atacantes armados comenzó a disparar indiscriminadamente contra ellos, provocando 26 muertes civiles y 17 heridos. Este hecho se inscribe en un largo listado de incidentes en la región, una zona de conflicto y reclamos cruzados, en donde se juegan muchas más cartas que las que se muestran. Pero, ¿por qué el mundo debería mirar lo que ocurre en Cachemira con mayor detenimiento?

Cinta de Moebius (Fuente: Adobe Stock).

En este conflicto se evidencian algunas particularidades del orden internacional actual. Como en la famosa cinta de Moebius, una figura geométricamente “imposible”, las relaciones políticas y comerciales entre los Estados (e incluso con actores no estatales) muestran una interdependencia difícil de identificar y comprender. Por eso, aquellos países que están involucrados con India y Pakistán de una forma más directa están siendo prudentes en la toma de posición y en el discurso diplomático que adoptan. Y todos aquellos que ven el conflicto “desde más lejos” son conscientes de que la prolongación del mismo solo complejizaría más la cuestión.

Los orígenes

En primer lugar, se necesita analizar el origen del problema para luego comprender efectos y consecuencias. Todo comenzó en agosto de 1947, cuando se llevó adelante la Partición del Imperio Indio Británico, lo que dio lugar a la independencia de Pakistán y de India. El Principado de Cachemira fue la excepción de las decisiones independentistas, sufriendo rebeliones internas y convirtiéndose, con el correr del tiempo, en una de las zonas más militarizadas del mundo. En términos políticos, Cachemira se subdividió en tres sub-zonas con distintos administradores: India, Pakistán y la República Popular China. Desde 1947 hasta la actualidad, India y Pakistán tensaron el conflicto cachemir en varias oportunidades, llegando a guerras convencionales (1965, 1971, 1984 y 1999), en las que siempre India salió vencedora. Todo se complejizó con la guerra de Aksai Chin (1962), involucrándose China en la disputa, con quien India confrontó recientemente en 2020 y 2022. Pero, ¿cuáles son las posturas de los tres actores respecto a Cachemira? India presiona para integrar la totalidad del territorio cachemir a su república. Por su parte, en una jugada estratégica, Pakistán promueve la creación de un Estado musulmán. Mientras que China utiliza la zona como “faro” en su límite suroccidental.

Fuente: BBC

El otro hito importante en esta región está dado por la capacidad nuclear de los actores. India desarrolló esa tecnología desde principios de la década del ’50 y se convirtió en actor nuclear en 1974. Por su parte, la guerra de 1971 tuvo efectos inmediatos para Pakistán: (i) una nueva partición tuvo lugar, ya que la república islámica se dividió en dos: la actual Pakistán y Bangladesh; y (ii) la derrota significó una toma de consciencia para las fuerzas armadas paquistaníes, que vieron necesario el desarrollo armamentístico para “estar a la par” de India. El tercer actor, China, ya era nuclear desde 1964. En semejante vecindario, a nadie le conviene mostrar los dientes y hacerle acordar a los otros las capacidades nucleares propias.

Los intereses en juego

Las reacciones inmediatas del Presidente indio, Narendra Modi, al atentado de Baisaran estuvieron dirigidas a cortar las relaciones con Pakistán: (i) suspensión de las relaciones bilaterales, (ii) cierre de los pasos fronterizos y (iii) suspensión de visados a ciudadanos paquistaníes. Sin embargo, la decisión más hostil tiene que ver con la suspensión unilateral del Tratado de Aguas del Río Indo. Esta avanzada no es menor, ya que el Indo provee el 70% de las necesidades de agua de los paquistaníes, lo que lo convierte en un recurso estratégico por el cual ambos Estados pueden disputar militarmente.

Y aquí vuelve a entrar China en el tablero geopolítico, ya que otro río (el Brahmaputra), que nace en el Tíbet, es motivo de disputas entre China e India. Sin embargo, China juega su propio juego. Por una parte, apoya a Pakistán (que se le acercó después de la Guerra Fría) y a los independentistas cachemires. Por otro lado, no promueve la creación de un Estado islámico en Cachemira, por sentir la posibilidad de que el islamismo se expanda hacia su territorio y genere un “efecto contagio” con la comunidad musulmana uigur en la provincia de Xingjian. China sabe que debe instalar una “contención” a la expansión del islam en la zona. Y no solo eso. Aquí surge otro elemento central: el Estrecho de Malaca. China depende de la presencia de Pakistán en Cachemira para sostener el corredor entre ambos países. No obstante, si India buscara accionar frente al Gigante Asiático, podría bloquear las rutas marítimas que transitan por el Estrecho de Malaca, por donde pasa el 80% del petróleo que importa China y el 60% de sus exportaciones.

Por ende, China y Pakistán son aliados frente a India y, entonces, entra en juego una nueva variable: las armas. Es quizás en relación al comercio de armas donde mejor se observan las alianzas. Primero, es importante destacar que India y Pakistán se encuentran en el Top-5 del listado de Estados importadores, siendo India el segundo a nivel global (8,3%) y Pakistán el quinto (4,6%) para el lustro 2020-2024.

Pakistán recibe de China el 81% de las armas compradas desde 2020 (Países Bajos y Turquía son los otros proveedores fuertes, siendo este último aliado político y militar). China no solo le vende armas, sino también tecnología y apoyo financiero para desarrollar la industria bélica, mientras juega a la “trampa de la deuda” para generar una mayor dependencia. Pero es quizás en esta región donde China es consciente de que debe actuar de la forma correcta. Desde 2016, China administra el puerto de Gwadar, en la provincia paquistaní de Beluchistán, en el Mar Arábigo, la entrada al Golfo Pérsico. Un año antes había comenzado la construcción del Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), convirtiendo a Pakistán en el país preferido para las inversiones chinas en Asia. Esto permite que China sea aún más ambiciosa y esté buscando ampliar Gwadar a una base naval y al aeropuerto de Kiwani como base militar. Esta alianza llevó a Pakistán a permitir que China aposte un contingente militar permanente en Cachemira, lo que deja en evidencia el apoyo chino a las pretensiones paquistaníes y no a los deseos indios. Y entonces siempre volvemos al problema de fondo: ¿hasta dónde conviene que tres potencias nucleares escalen un conflicto?

Por otra parte, la misma identidad islámica que acerca a Pakistán con Turquía es la que origina la causa común con la República Islámica de Irán. El separatismo de Beluchistán (presuntamente apoyado por India) fue factor clave para que Pakistán e Irán se alinearan, mientras India se acercaba con Israel y Estados Unidos. También fue relevante el vínculo existente de Pakistán e Irán con China.

Otro probable aliado paquistaní es Afganistán, siempre en relación a la variable religiosa. La coincidencia musulmana y las similares intenciones entre los grupos armados radicalizados parecería erigirse como un elemento de peso si la nueva confrontación entre India y Pakistán se transforma en una disputa entre hinduismo e islam. En este posible escenario, tendría relevancia, además, el vínculo entre la organización palestina Hamás y los integristas cachemires. En cambio, la posición de otros Estados sería más difusa, ya que, a pesar de la coincidencia religiosa de base, la geopolítica fue transformando sus alianzas; este es el caso de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Qatar, quienes no verían necesariamente a India como enemigo (de hecho, son grandes socios comerciales). ¿Acaso no es evidente cómo se sigue entrelazando la cinta de Moebius?

Del otro lado, siguiendo con el componente del comercio de armas, India tiene en Rusia a su mayor proveedor (36%), seguido por Francia (33%) e Israel (13%). No obstante, la capacidad rusa se ha visto mermada por su conflicto con Ucrania, aunque el comercio entre ambos también se sostiene en la exportación rusa de petróleo y gas (lo que no ocurre entre Rusia y Pakistán). Esta merma de ventas rusas es aprovechada por Estados Unidos, que, de esta forma, refuerza el vínculo con India, lo que queda en evidencia con el viaje del Vicepresidente, J. D. Vance, que estaba en territorio indio al momento del atentado. Vance fue enviado por Trump para asegurar la alianza bilateral en el marco de las confrontaciones que Estados Unidos tiene con China. Al componente político se le suma el componente económico –ya que también India está recibiendo capitales estadounidenses que salieron de China– y la búsqueda de confianza en las nuevas cadenas de suministro, para lo cual Estados Unidos deberá encontrar una solución en materia de aranceles. Justamente en ese punto resaltan las diferencias en el trato bilateral: Estados Unidos negoció con India un porcentaje menor que el que le impuso a Pakistán. Y, por otra parte, Estados Unidos también tiene una alianza político-militar firmada con India –el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD)–, junto con Australia y Japón, un intento de frenar, mediante herramientas de “soft power”, el avance chino en el Indo-Pacífico.

La cuestión local

Aquí es importante, entonces, recalar en los intereses regionales sobre Cachemira. Según el gobierno indio, existen vínculos entre el gobierno paquistaní y diversas organizaciones radicales y terroristas. El reciente atentado no fue reivindicado por ningún grupo, aunque todo apunta a la autoría del Frente de Resistencia (TRF) o de Lashkar e Toiba (LeT), también llamado “Grupo de los Puros”, organización terrorista acusada de perpetrar los peores atentados en territorio indio (en 2008 en Bombay). Sea quien fuera, los atacantes identificaron a los hindúes de los musulmanes, lo que ofrece una dimensión clave al evento: el atentado fue un ataque religioso. Por eso, India sabe que el enemigo es mucho más complejo que la república vecina. El salafismo de LeT los acerca a otros grupos terroristas de la región y a Estados que lo único que quieren es tomar partido en contra de Occidente. No se debe soslayar que en Cachemira los integristas islámicos se entremezclan con los independentistas que quieren un Estado musulmán.

A nivel interno, Modi pisa fuerte en su campaña a favor del hinduismo, religión que profesa casi el 80% de la población india. Este hinduismo radical denominado “Hindutva” (en tiempos en donde, a nivel global, a lo religioso suele adicionarse un carácter fanático) amenaza con la existencia de un país multicultural y multiconfesional, apoyado por una política de represión a las disidencias y el privilegio de “lo hindú” por sobre otras culturas. Esta política no exime a la región de Cachemira, donde en 2024 se inauguró un templo hindú en un sitio donde antes había una mezquita. Pero eso no es todo: en 2019, Modi había revocado el artículo de la Constitución india que otorgaba un estatus autónomo especial a Jammu y Cachemira.

Consideraciones finales

Para finalizar, cabe hacer algunas consideraciones. Aunque desde India se haya afirmado que esta crisis tiene similitudes con la de 1971, principalmente a causa de una supuesta debilidad (económica e institucional) paquistaní, el contexto global no es el mismo. En este caso, la cinta de Moebius no es coherente con el sistema de alianzas de otras crisis actuales (Rusia-Ucrania, Taiwán-China, Palestina-Israel). Los acercamientos económicos no siempre se condicen con sintonías políticas. Los enemigos –reales o construidos– pueden aparecer cruzados y cualquier acción que se tome tendría repercusiones directas. Todo esto sucede en una zona que tiene de protagonistas a tres de los nueve países con capacidad nuclear del mundo. Además, en este conflicto están involucrados actores que representan a más de la mitad de la población mundial y a cerca del 60% del PBI mundial. Las ojivas nucleares con las que cuentan Islamabad y Nueva Delhi deberían ser el muro de contención para una guerra de dimensiones impensadas. Con el escenario nuclear como poco probable, la guerra de desgaste es una alternativa, más si se considera el componente militar de cada uno de los países (y de sus aliados): 1,2 millones de soldados indios y 560.000 paquistaníes, con casi el mismo número de reservistas. Por ello, se estima que cada uno seguirá sus doctrinas militares: India con su “Arranque en frío” (Cold Start), realizando operaciones ofensivas de forma simultánea, como parte de una estrategia “proactiva” de contención para prevenir una represalia nuclear en caso de conflicto; Pakistán con su “Matriz de Amenazas”, un programa de mediciones y evaluaciones basado en inteligencia que sirve para evaluar las percepciones de amenazas externas e internas.

Pakistán puede esperar mucho más apoyo del mundo islámico y, tal vez, del mundo árabe, en una eventual prolongación del conflicto. Sin embargo, una cosa son los apoyos interestatales y otra muy diferente el apoyo entre grupos religiosos fundamentalistas. Por eso es probable que India, para no sumar gratuitamente aliados a Pakistán, se mantenga silenciosa respecto a dichos apoyos. Aunque todo dependerá de cómo se desarrollen las cosas. En este sentido, cabe recordar que, en abril, la red al-Qaeda (al igual que ISIS) instó a atentar contra la India por los ataques contra mezquitas en Pakistán.odos los actores tienen intereses muy arraigados. En primer lugar, Pakistán no quiere perder territorio ni poder simbólico frente a India, además de buscar afianzar sus alianzas actuales. China necesita que India no reaccione con bloqueos innecesarios, aunque ya haya desarrollado vías alternativas. India se establece como un referente anti-islámico en una región con infinidad de actores estatales y no estatales que lo rodean, aunque también es consciente del estatus de alianza estratégica que maneja con Estados Unidos. Europa mira de reojo el conflicto, sabiendo que es preferible que las zonas calientes sigan estando en Asia, aunque repercuta directamente en la economía global, a causa de la provisión de gas y petróleo, pero también de otras materias primas y alimentos. Por su parte, Estados Unidos observa cautelosamente –aunque no siempre sea la estrategia de Trump– cómo se desarrolla el conflicto en términos geopolíticos, bélicos y tecnológicos, ya que sabe que más pronto que tarde ocurrirá lo mismo en Taiwán. Los actores no estatales aprovechan el momento para hacer visibles sus intereses y seguir peleando por sus objetivos separatistas o de segregación. Quizás estos son los actores más beneficiados, pero solo en términos de narrativas y alejados del pragmatismo. China y Estados Unidos, los dos grandes contendientes del orden internacional, saben que este es un momento más en el juego que se proponen. El apoyo directo de China a Pakistán podría debilitarlo. Si Estados Unidos detecta riesgos para su rival, las estrategias con respecto a Taiwán podrían acelerarse. Aunque todos saben que cualquier paso en falso desataría una situación mucho más compleja: la crisis en las cadenas de abastecimiento comercial. La salida militar es, en la actualidad, una alternativa, más al observar la ausencia de castigos a Rusia en su conflicto con Ucrania, la ineficacia de los organismos multilaterales y la multiplicación de elementos de una guerra híbrida.

Lo dicho hasta aquí podría quedar caduco en un abrir y cerrar de ojos, pero India y Pakistán han demostrado a lo largo de décadas que las disputas tienen componentes inmutables: lo territorial, lo religioso y lo político, entre otros. Ningún actor está dispuesto a presionar el botón nuclear, aunque realicen incursiones y ataques estratégicos cerca de puntos neurálgicos del rival. Tampoco sus aliados o socios los instigan para que escalen.

En la actualidad, se observa una combinación de guerras convencionales y no convencionales, en un contexto caótico y descontrolado, en el que los actores centrales se agazapan para decidir cómo reaccionar frente a la multiplicidad de conflictos, que, por lo general, se van encadenando unos con otros, haciendo que la cinta Moebius sea cada vez más compleja de desarmar. Aunque, quizás, este panorama difiere de otros momentos históricos, en los que las alianzas superpuestas no eran tan evidentes como en este mundo globalizado. En contiendas pasadas, era factible encontrarse con dos bandos y los gobiernos decidían a cuál de ellos seguir. De esa forma, los conflictos se dirimían entre dos grupos y los efectos se distribuían en función de la pertenencia. Los conflictos actuales se caracterizan por posicionamientos difusos, cooperaciones endebles y un sinfín de contingencias que pueden llevar a un actor a decidir participar o abstenerse de hacerlo.

En la segunda parte de este DOSSIER GEOPOLÍTICO, se analizarán las implicancias que el conflicto India-Pakistán tiene para América Latina, principalmente en términos políticos y económicos, pero también en relación a la seguridad. Aunque, en un primer vistazo, la situación pareciera lo suficientemente lejana como para no preocuparse en exceso, las relaciones de interdependencia actuales no dejan exentos a ningún actor que tenga intenciones de jugar en el tablero geopolítico. Por eso, desde ODOS Global Strategics, buscamos aportar una mirada crítica y analítica que apoye a nuestros clientes en el proceso de toma de decisiones cuando los factores relevantes están en juego.

Fuente: ABC

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