Como se desprende de la primera parte de este primer DOSSIER GEOPOLÍTICO, el conflicto cachemir es un evento que interpela a un sinfín de actores estatales y no estatales, sin importar si son vecinos de India y Pakistán. La onda expansiva de este nuevo enfrentamiento también alcanza el Atlántico y se proyecta sobre América Latina. Aunque, por la distancia geográfica, parecería posible que los efectos sean atenuados, el carácter sistémico del conflicto y la compleja interdependencia global obligan a los Estados a estar atentos y profundizar el análisis, para evitar consecuencias disruptivas sobre sus intereses estratégicos.
Impacto económico
Como América Latina depende de la exportación de commodities, cualquier tensión geopolítica que implique una inestabilidad de los precios internacionales le afecta. Este tipo de conflictos suele impactar automáticamente en los mercados energéticos y, en este caso, uno de los dos actores principales (India) es el mayor importador de crudo en la región. No obstante, aunque los precios del Brent fluctúen generalmente en paralelo a las tensiones geopolíticas (lo que se traduce en una tendencia alcista “por si acaso”), el mercado del petróleo está siendo atravesado por otros factores que no necesariamente van a llevar a un aumento irracional de precios. Más bien ocurre lo contrario, ya que las decisiones de la OPEP+ de incrementar la producción de barriles diarios lleva a un exceso de oferta global, que, a la vez, se suma a (i) un posible acuerdo entre el mundo occidental e Irán –en torno a su programa nuclear– (lo que inyectaría el mercado de más cantidad de crudo) y (ii) los cambios en la demanda global de petróleo, principalmente en relación a una cada vez mayor producción de vehículos eléctricos en los países centrales. En consecuencia, salvo que el conflicto se prolongue y los juegos de acción y reacción deban volver a ser planificados, el mercado del petróleo no sufriría grandes alteraciones.
Ahora bien, existen otros sectores que podrían sufrir un impacto más relevante. Entre ellos, el más importante es el agroalimentario. India y China son socios comerciales estratégicos para América Latina. Argentina, Brasil, Chile, México y Perú dependen de la demanda asiática de soja y carne, entre otros bienes. Las crisis prolongadas suelen arrastrar escenarios más inestables, con una mayor volatilidad de precios, transformaciones en los patrones de demanda y una competencia despiadada por identificar mercados alternativos.

Más aún, como se afirmó en la primera parte de este Dossier, hay un elemento clave en la región Indo-Pacífico: el Estrecho de Malaca. China considera este choke point marítimo como uno de sus mayores puntos estratégicos y centro neurálgico de su actividad global. Como otros choke points del mundo (Canal de Suez, Canal de Panamá, Estrecho de Ormuz, Estrecho de Gibraltar, Estrecho del Bósforo, entre otros), el Estrecho de Malaca es un arma de doble filo: es central para la conexión comercial china pero también es su talón de Aquiles. De hecho, se espera que Malaca sea el principal paso obligado del flujo mundial de gas y petróleo. De Malaca depende la vitalidad de China, que importa tres cuartas partes del petróleo que utiliza (con proveedores asiáticos, africanos y americanos), aunque también por allí pasa la mayor parte de sus importaciones agroalimentarias. Por ende, cualquier interrupción en las rutas marítimas podría elevar los costos logísticos y afectar la cadena de suministros de sectores industriales, manufactureros y tecnológicos. Esto también traería un impacto de peso en sectores como el automotriz, el electrónico y la agroindustria.
América Latina deberá estar atenta para identificar oportunidades, ya que tiene capacidades exportadoras en sectores estratégicos. No obstante, será clave que la volatilidad e inestabilidad no traigan consigo un desajuste en los pagos del comercio exterior ni en la planificación de la producción. Y, por otra parte, las opciones de negocio deberían considerar posibles barreras arancelarias, en un contexto geoeconómico en constante negociación desde la existencia de la guerra comercial entre China y Estados Unidos. Así y todo, el sector agroindustrial de los países latinoamericanos podría erigirse como uno de los principales beneficiarios potenciales, ya que todo conflicto bélico conlleva una mayor demanda de alimentos básicos. En este sentido, la soja (y sus derivados), el maíz, el trigo, la carne vacuna y el vino son bienes con margen de expansión hacia India, Pakistán, China y cualquier otro mercado que identifique una oportunidad derivada de esta crisis.
Por otra parte, las particularidades de la inserción internacional de países como Venezuela, Brasil, México, Chile y Perú podrían llevar a escenarios de mayor incertidumbre frente a conflictos en el continente asiático, por la incidencia directa de estos actores en sus sectores energéticos y de minerales. Una crisis de larga duración arrastraría alteraciones en la Inversión Extranjera Directa (IED) en América Latina, más que nada si se consideran las políticas del sector privado chino e indio, que necesitan asegurar el suministro de recursos.
En cuanto al sector tecnológico, América Latina no es un actor central en términos productivos, aunque depende de insumos y componentes importados de Asia para insertarlos en la cadena de producción. Una escalada del conflicto podría generar cuellos de botella en relación a los suministros, lo que afectaría la producción local y encarecería los productos electrónicos y los bienes de consumo.
Impacto geopolítico
En conflictos de este tipo, la percepción de riesgo global suele aumentar, lo que se traduce en un cambio de estrategia por parte de los inversores internacionales. Al mismo tiempo, un contexto de crisis implica afrontar costos más altos de financiamiento externo y una transformación en la planificación de inversiones a largo plazo. Esto suele ocurrir en los sectores “capital-intensivo”, como la infraestructura, la energía y la minería.
Por otro lado, la competencia geopolítica entre India y China podría trasladarse a América Latina, terreno en el que podrían intensificar la puja por proyectos estratégicos y acceso a recursos. Aunque, a priori, esto implique mayores flujos de inversión, también significa un mayor riesgo de quedar atrapados en disputas ajenas que, en algún momento, pueden llegar a requerir la toma de posiciones para alinearse con uno u otro bloque. No se debe soslayar, tampoco, que los actores involucrados tienen capacidad nuclear, lo que podría traer aparejado una mayor aversión al riesgo por parte de los inversores. En América Latina, donde la institucionalidad y la estabilidad macroeconómica no son tan habituales, es primordial llevar adelante acciones tendientes a reforzar la seguridad jurídica y promover un entorno favorable para que las inversiones puedan desarrollarse.
La prolongación del conflicto cachemir podría acelerar el proceso de realineamiento global, con implicancias directas para las estrategias de política exterior de América Latina. Es probable que se generen oportunidades de alianzas; sin embargo, la autonomía estratégica latinoamericana puede establecerse como un activo fundamental, aunque para los gobiernos pueda representar un desafío. La región deberá intensificar sus esfuerzos diplomáticos y de análisis prospectivo para evitar quedar atrapada en la rivalidad entre potencias, preservando sus intereses estratégicos y su margen de maniobra en las negociaciones que se den en el marco de los organismos o foros multilaterales. La participación activa en organismos como la CELAC, la OEA y el G20 puede ser clave para construir consensos y evitar la fragmentación regional ante las presiones externas.
Impacto de seguridad
El conflicto de Cachemira, tal como se ha sostenido en la primera parte, tiene un trasfondo religioso. Pero lo que es peor, la chance de radicalización añadiría riesgos adicionales en materia de seguridad global, contexto ante el que América Latina no quedaría exento. La globalización de los discursos extremistas (potenciada por las redes sociales y el mundo virtual) y la presencia de diásporas indias, paquistaníes y chinas generan un escenario de riesgo para la infiltración, expansión y asimilación de narrativas radicales, financiamiento delictivo y actividades de grupos transnacionales.
Cabe recordar que, en los últimos años, se ha observado un aumento en el involucramiento de ciudadanos de países latinoamericanos en conflictos armados de Medio Oriente (Kurdistán, Siria, Afganistán, entre otros). Esta tendencia, conocida como Foreign Terrorist Figters (Combatientes Terroristas Extranjeros), no excede a este conflicto. De hecho, las organizaciones armadas (sean designadas terroristas o no) que tienen intereses en la crisis cachemir suelen ser receptivas de combatientes extranjeros que potencien sus luchas.
Tampoco es menor el hecho de que la presencia de ciudadanos de los países mencionados en territorio latinoamericano incluye agentes de seguridad e inteligencia exterior, lo que suma una variable de disputa a este conflicto, que puede tener su correlato en zonas alejadas del conflicto original.
Por otro lado, el eventual desplazamiento de personas y la llegada de migrantes o refugiados desde esas regiones de Asia pueden plantear desafíos en materia de control fronterizo, integración y prevención del Crimen Organizado Transnacional y Terrorismo Internacional. Cabe destacar que América Latina es una región que se caracteriza por su receptividad y la capacidad de integración de los migrantes con la sociedad.
Oportunidades estratégicas
Son muy evidentes los efectos de un conflicto de este tipo sobre los actores involucrados de forma indirecta –considerando la geografía como factor central–, como lo es América Latina. Sin embargo, ¿existe la posibilidad de obtener algún beneficio en este tipo de crisis?
Sin dudas, América Latina puede capitalizar oportunidades derivadas del conflicto cachemir (lo que incluso es verificado en situaciones análogas). La búsqueda de nuevos proveedores por parte de India y Pakistán, ante eventuales restricciones comerciales con China, genera espacios para que la región se consolide como socio estratégico, principalmente en los sectores alimenticios, energéticos y de minerales. Es esencial que los vínculos comerciales se fortalezcan mediante la negociación de acuerdos que incluyan transferencia tecnológica, inversiones y desarrollo conjunto de infraestructuras, lo que transforma el carácter de la integración de América Latina en el mundo, en pos de buscar la agenda de desarrollo propia. De hecho, hay tres áreas específicas en las que la cooperación Sur-Sur puede ser esencial: la biotecnología, las energías renovables y la seguridad alimentaria.

Los Estados latinoamericanos, pero también el sector privado que se vincule con la geoeconomía y la geopolítica, necesitan invertir en análisis geopolítico, prospectiva e inteligencia estratégica, para poder anticiparse y llegar a los momentos de decisión con la mayor (y mejor) información posible.
Desde ODOS Global Strategics, planteamos algunas recomendaciones fundamentales para aquellos actores con capacidad de tomar decisiones:
- Monitorear las implicancias del conflicto en los mercados internacionales, para identificar alertas tempranas de disrupción (en la demanda, en las cadenas de suministro, en las sanciones y en las regulaciones).
- Diversificar mercados, tanto para los clientes como para los proveedores, buscando reducir la dependencia de un único socio comercial y generando nuevas alianzas con actores regionales y extrarregionales.
- Obtener herramientas para gestionar los riesgos financieros y, así, protegerse de posibles inestabilidades cambiarias y del nivel de precios.
- Identificar las necesidades de adaptación a las normativas sanitarias y de seguridad, para cumplir con los estándares internacionales requeridos para relaciones comerciales saludables y sostenibles.
- Promover la marca país, participar en ferias internacionales e impulsar la articulación público-privada para posicionar a los países latinoamericanos como proveedores confiables y socios estratégicos.
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